martes, 27 de octubre de 2015

Hilillos de plata

Cuando llegué al Hospital, un psicoanalista con buen olfato, me mandó una pequeña nota escrita a mano, con algún acto fallido estudiado, que dejaba de soslayo su atracción irresistible a mis veintitantos años.
Era curioso, no era ninfómana, ni depresiva, no hacía gimnasia, ni devoraba el paté, tampoco padecía de insomio, ni leía todos las noches a Lacan, no hablaba sola, ni pasaba de pie desnuda en el jardían de madrugada.
Recuerdo pasear con él entre fuegos artificiales con emoción mirando a la Luna y su faldón rojizo, era un día de fiesta en un pequeño pueblo de Dordogne, una pequeña fiesta para mi corazón herido. De vez en cuando nos rozamos la mano.. pero era muy alto, no podía rozarle con mis labios en el cuello.
Nos dimos para dos días cita, pero entre las guardias, y sus congresos, fuimos destejiendo aquel hilillo de plata entre nosotros.
Era muy alto, no pude rozarle con mis labios en el cuello.


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