viernes, 24 de septiembre de 2010

Los muertos huelen mal


Ahora que frivolamente las calaveras ,espíritus y fantasmas no me son compañeros imposibles, siento una fatal atracción, como si de una Sara Montiel me tratara, por Emilio Carrere.
Estoy empezando a leer: "Los muertos huelen mal" y creo que va a ser estupendo el rato que pasaré leyéndolo que será algo mejor que si leo:" Desequilibrios electrolíticos en la Sala de Emergencias antes los comas metabólicos insulinodependientes" que seguro me hará de nuevo, revolverme los higadillos.

Y como de humor negro se trata os contaré, algo que ocurrió real, en el entierro hace apenas 6 meses ya, de mi querida madre.
En el momento de introducir el ataúd en el nicho, mi hermana, que estudió decoración y artes aplicadas y es muy dada a la forma y al descomunal tamaño, eligió un ataúd con grandes prestaciones, orlas en el maderamen y un crucifijo que parecía casi del tamaño de un prematuro de 700 gramos.
Debido a todo ello, la caja en la que reposaba mi pobre madre, no entraba, por lo que tuvieron que serrar aquella caja allí mismo y retirar el crucifijo, ante la desconcertante mirada de todos los presentes y ausentes por ráfagas.
Yo, que me ha gustado siempre la oscuridad,la nocturnidad y la alevosía, metí la nariz en el fondo del nicho para ver y descifrar, !oh incauta parvularia! los misterios del más allá, al menos de aquel negro agujero.
Y hete aquí, que al final del susodicho, vi un conglomerado de huesos, que gracias a mis estudios anatómicos ,casi olvidados, pero sólo casi, pude descubrir entre sombras: un occipital marfileño, y varias costillas y tibias.
HUbo indignación y a la vez cuestiones sin resolver ¿de quiénes eran aquellos huesos?
Un primo mío, después de clamar vergüenza, dijo que se podría tratar de una tía abuela suya, pero dudaba entre ésto o una prima carnal de su padre o ambas a la vez.
LOs funcionarios responsables del muertorio inquisitorial, tras serrar la caja de mi pobre madre, respiraron aliviados al suponer que no habría problemas y que entraría hasta el fondo.
Dieron a los solitarios huesos , descanso , en dos cajas cuadradas y metálicas y al sonido de: "A la una, a las dos y a las tres" introdujeron la caja hasta el fondo.
No hubo exclamación, ni rechinar, ni contracción.
Tan sólo, esa sensación tan dispar de vida al límite, de amenaza discreta de parca presente pero inútil, que nos hace recordar , siempre recordar, esos infalibles hilos entre el amor y la muerte, entre el gozo y el desdén y la lánguida impotencia de esos ángeles en mármol que cuidan los cementerios.

PS: La foto no es de mi madre sino de Carrere.
Irremediablemente, amigos, me moriré como nací: riendo.

3 comentarios:

Io dijo...
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El jukebox dijo...

Hace apenas unos días me contaron la misma historia: alguien que escogió un féretro que no entraba en la fosa y hubo que serrar los ornamentos de la caja, que sobresalían.

En estas situaciones siempre se dan momentos humorísticos, es la verdad: comedia igual a tragedia más tiempo. Con mi padre pasó que le incineraron y nos dieron las cenizas justo cuando cerraban por ser ya la hora de comer el recinto del cementerio en el que se guardan las urnas hasta el entierro. Y ahí estábamos, mi hermano y yo, corriendo entre las tumbas con la urna, de una punta a otra del cementerio y con un viento de enero en contra que cortaba. No queríamos llevar las cenizas a casa de mi madre, ni dejarlas en el coche, ni nada. Al final, llegamos a tiempo, pero uffff

Un abrazo, S.

El jukebox dijo...

Tienes razón, queda irreverente, pero qué le vamos a hacer, la vida y la muerte son así.

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